LA SEMILLA DE TOMÁS

Tomás era un niño que, para su corta edad, conectaba con algo que él llamaba "la semilla de oro", la cual mantenía siempre oculta. Mientras observaba a los adultos, sentía que, cuando creciese, podría perderla. Muchas tardes se tumbaba en el húmedo césped de su terraza, contemplando cómo pasaban las nubes. Colocaba sus pequeñas manos sobre su estómago, y ahí surgía la magia: ahí sentía la conexión con su tesoro. Le pidió a las nubes que, si algún día se olvidaba de su semilla, ellas se lo hicieran saber.

Irremediablemente, Tomás fue creciendo y, casi sin darse cuenta, dejó de sentir su semilla. Podía sentir un vacío, pero no encontraba en sí mismo aquella semilla que siempre había estado ahí. Entonces, comenzó a querer llenarlo con otras semillas, aunque no fueran suyas. Al principio, volvió a sentir esa sensación que había tenido en el húmedo césped, pero esta no era permanente. Se desvanecía rápidamente, y a él no le gustaba sentir ese vacío, así que se dedicó a coleccionar semillas sin sentido, viviendo casi en un continuo desasosiego. Le intranquilizaba que ese hueco pudiera quedarse completamente vacío, pero cuanto más coleccionaba, más rápido desaparecían las semillas, y su hueco se hacía cada vez más grande.

Llegó un día en el que ya no tuvo fuerzas para coleccionar más. Llegó un día en el que volvió a encontrarse con ese vacío inmenso que tanto sufrimiento le ocasionaba. Llegó un día en el que sintió la derrota, creyendo que nunca volvería a encontrar esa semilla que tanto amor le hacía sentir. Llegó un día en el que, rendido ante la vida, decidió adentrarse en el profundo bosque, con la idea de no retornar.

Durante el camino, se fue despojando de todas sus pertenencias y su ropa. Empezó a sentir en sus piernas el roce de la tierra, el olor de la naturaleza, la brisa del aire, el sonido del silencio. Una gota cayó en su hombro, y esto le hizo alzar la cabeza hacia el cielo. En ese momento, Tomás recordó que, de niño, decía que las nubes lloraban porque los adultos estaban tristes. En ese momento, se tumbó en el suelo del bosque a contemplar la lluvia. En ese momento, sus manos se posaron sobre su estómago; algo latía dentro, algo le hacía sonreír. En ese momento, conectó con su niño de pelo rizado y sonrisa prominente, recordando lo que una vez le había dicho al cielo. En ese momento, recordó que su semilla siempre había estado dentro de él, que su semilla era única, era su tesoro, su sabiduría.

Todos hemos sido Tomás. Niños condicionados a olvidar que brillamos por nosotros mismos.
Cuando sientas que es el fin, recuerda y pregúntate: ¿qué haría tu niño interior?
Él te acompaña durante toda la vida.
Él lleva la semilla.

Qué intenso es esto de las emociones. Me pregunto: ¿las sentimos tal cual surgen o empezamos a conceptuarlas como "buenas" y "malas"? Cuando las vivimos como "buenas", lo hacemos con miedo a que se acaben, y si las vivimos como "malas", lo hacemos con miedo a que perduren. Entonces, ¿vivimos realmente la emoción o estamos condicionados por el miedo? Las emociones no son ni buenas ni malas; simplemente son. Son energía que quiere ser sentida. Otra cosa es lo que hacemos con esa energía.

Sentir la emoción "in situ" es ¡tan intenso! que no hay espacio para el miedo. Tomemos como ejemplo la ira o la rabia. Sentirlas es algo potente y doloroso; se siente como si el cuerpo hirviera por dentro. Si dejáramos de temer sentirlas, nos darían mucha información. Esa es su función: ser sentidas e informarnos de cómo estamos por dentro. Acógela, háblale, respétala. Viene en son de paz. Viene a ayudarte en tu proceso; es parte de ti, tan digna como cualquier otra emoción. Si la rechazas, volverá una y otra vez, cada vez más fuerte. Y no lo hará para castigarte, sino para que entiendas que sentirla no es como el concepto que tienes de ella. Ella no es "mala"; es el mal uso de su energía lo que te destruye.

Cambia la manera en que la ves, cambia la forma en que la usas, y aprovecha esa energía que te proporciona la ira o la rabia para tu máximo bien. Desarrolla tu pasión: pinta, corre, canta, juega, haz un proyecto. Recuerda que la energía es la misma en cada emoción.

Y no olvides que ella, la emoción, sólo pide ser sentida.

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EL MIEDO